Townes Van Zandt. La eternidad en una canción.

TOWNES VAN ZANDT. LA ETERNIDAD EN UNA CANCIÓN. Álvaro Alonso.
Sílex. 2021. 444 págs.

En su repertorio de malditos publicado en 2011 (Acordes Rotos, 66 rpm), Fernando Navarro dedicaba a Townes van Zandt el capítulo titulado "La poesía del perdedor". Una década más tarde, donde Navarro hacía brillante síntesis, Álvaro Alonso reconstruye meticulosamente el itinerario biográfico del cantautor tejano, y traza, con la misma tinta gris de la fotografía que ilustra la portada, el desolador camino de descenso a los abismos en que se gestó su música. Alonso, cuya vocación arqueológica ha quedado de manifiesto en sus dos libros anteriores sobre Gene Clark e Hilario Camacho, da en este un paso adelante en la forma de presentar sus hallazgos, y levanta acta de un imaginario diálogo del protagonista con un fantasma. Sucede en la antesala de la muerte del músico, ese último día propicio para repasar su vida entera, en la soledad del hogar, mientras arden los leños del último fuego del año. Recuerdos y confesiones, orgullo y arrepentimiento, el espectro de un general confederado va ayudando a Townes a recordar su propia historia, suple las lagunas que la temprana terapia de electrochoque dejó para siempre en la memoria de aquel chico que solo quería disfrutar su juventud, algo que los médicos consideraron peligroso. Sus inseguridades y sus ilusiones van modelando su escritura musical, hacen de cada canción un lugar en el que detenerse, en el que entrar. Alonso encaja en los momentos precisos traducciones de canciones, mientras Townes y Hood hablan del pasado y también del futuro, porque Hood ya ha estado en él y lo conoce. Hood es Alonso, bajo su porte militar y su tupida barba está el biógrafo escondido, que como un ventrílocuo hace hablar al invitado. Es Hood quien interroga, corrige o se deja corregir, pero son los miles de datos que Alonso ha acumulado durante años los que mueven sus labios. En esa obra de teatro a dúo, de improviso alguien puede tocar a la puerta de la casa, y la escena se transforma en una línea temblorosa que separa los recuerdos, los espectros, la realidad. No sé si Álvaro Alonso ha conformado con este libro una trilogía o si se propone seguir sumando volúmenes en el vínculo que ha establecido con los caídos, los olvidados, los perdedores de la música del siglo XX. Sea lo que sea, su celo investigador y su escritura empática le distinguen en esa labor de tonos crepusculares.


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