SLOW TRAIN COMING. Bob Dylan y la cruz de Jesús. Luis Lapuente y Ana Aréjula.
Efe Eme. 2024. 232 págs.
Dan a entender el título y sobre todo la portada que este libro trata del primer álbum cristiano de Bob Dylan, y sí y no, afortunadamente, porque hubiera sido limitar demasiado el enfoque. El subtítulo es realmente lo que importa en este caso. Del disco, concebido a la mayor gloria de Jesucristo, ya se ha dicho y escrito suficiente como para que cualquier dylanita lo sepa de memoria, y aunque Lapuente nos lo podía volver a contar y mejor contado que otros, ese viaje no era necesario y él lo sabía. Lo que nos entrega, junto con Ana Aréjula, gran conocedora de la obra de Dylan y de los textos bíblicos, es mucho más, es un trabajo documentado y reflexivo, impagable, sobre la religiosidad de Bob Dylan, algo que no fue flor de un día o de una trilogía de discos sino que, nunca mejor dicho, venía de antiguo, es decir, del Antiguo Testamento. A cualquiera que se haya molestado en prestar atención a las canciones de Dylan no le habrá pasado desapercibida la abundancia de referencias bíblicas desde el inicio de su carrera. Ya antes de la trilogía cristiana más de una tercera parte de sus canciones tenían contenido bíblico. Lapuente y Aréjula dan testimonio de ello, con profusión de citas literales del libro de los libros que sorprenderán a los lectores. Robert Zimmerman, a quien fue impuesto el nombre hebreo de Shabtai Zisel ben Avraham, fue siempre un lector de las escrituras, acudió a la escuela rabínica y celebró el Bar Mitzvá. Cuando llegó a Nueva York su nombre era ya Bob Dylan y no quería limitarse a ser judío, aunque indudablemente no dejaba de serlo. Un judío aparentemente descreído de todo y enormemente curioso. Dos décadas después esa curiosidad le acercó a Jesús de Nazaret, que para la fe hebraica solo era un profeta, y para los cristianos el Mesías. Lapuente y Aréjula nos explican qué significaba ser cristiano en los Estados Unidos de los años sesenta y setenta, cuáles eran las iglesias diversas que poblaban aquel país, un didáctico e interesante acercamiento a una realidad religiosa que resulta ajena a quienes solo hemos conocido el catolicismo. Dylan, a través de la comunidad de la Viña, vive una nueva fe, un proceso de conversión que le aleja de un buen número de seguidores, más aún cuando se niega a cantar sus antiguas canciones, y sale de gira, tres veces consecutivas, cantando exclusivamente himnos de alabanza al Señor. El texto de Lapuente y Aréjula relata, desde la distancia y sin perder la empatía con la persona, la convulsión que supuso su actitud (y los sermones apocalípticos con los que obsequiaba al público de sus conciertos) y la incomprensión de público y crítica. Después de tres años y tres discos asombrosos, que en su momento fueron despreciados mayoritariamente, Dylan dejó de predicar, y se suele decir que ahí acabó su etapa cristiana (lo dicen quienes no se preocuparon de escuchar Infidels, claro, su siguiente disco). El caso es que volvió a ser aceptado por muchos de quienes renegaron de él, se le perdonaron sus veleidades religiosas, e incluso los judíos vieron señales de que había vuelto a la religión de sus antepasados. ¿Fue así? En el libro de Luis Lapuente y Ana Aréjula está parte de la respuesta. La otra, por supuesto, está en el viento.