The Velvet Underground, etc

THE VELVET UNDERGROUND, ETC. El grupo que pervirtió la música rock. Rafa Cervera.
Libros Cúpula. 2023. 413 págs.


Libros Cúpula, editorial del grupo Planeta, aglutina una miscelánea de obras definidas como "del día a día". En ella se incluyen cosas como autoayuda, educación emocional, cocina, fútbol... y este libro. La ubicación del excelente trabajo de Rafa Cervera en este plantel provoca perplejidad. ¿Es la legendaria banda neoyorquina algo del "día a día"? Es cierto que evolucionaron del estado de malditos al de artistas de culto, de no ser seguidos más que por unos pocos a ser reverenciados por muchos, pero choca encontrarles compartiendo catálogo con el Cholo Simeone. Posiblemente sea este el signo de los tiempos, como las camisetas de The Ramones. Ay, Andy, mereces un lugar entre los profetas. De Warhol, por supuesto, se habla, y mucho, en el libro. Aunque su vinculación con la banda acabara pronto, la relación personal no se desvaneció, y su presencia / ausencia, perturbadora, llegó más allá de su muerte. También se habla mucho de Nico. Está en la cubierta, en esa magnífica imagen tintada de amarillo, precisamente de amarillo. No se puede entender The Velvet Underground sin Warhol y sin ella, sin sus contribuciones a eso que Cervera llama "pervertir la música rock". Por eso sus nombres encabezan dos de los capítulos de la primera parte del libro, perfiles biográficos de seis personas fuera de sitio en la sociedad de finales de los años 50, que encontraron su lugar siendo especiales. ¿Fueron The Velvet Underground una creación de Warhol? ¿Debemos considerar a Nico miembro de la banda? Rafa Cervera no se hace preguntas, pero las contesta todas al escribir esta historia que habla de la música como arte y transgresión, de rebelión y revelación (rebelarse / revelarse), de la gestación del futuro en unos pocos discos y actuaciones sin demasiado éxito. Rafa Cervera se pasea por The Factory, por el Max's y por el CBGB como un visitante de otro tiempo que extasiado toma notas en su libreta. En realidad se ha hundido en montañas de documentos que acumuló durante décadas y ha reconstruido el pasado para ofrecérnoslo, porque nosotros no estuvimos, porque nadie estuvo. Eran aquellos años en que The Velvet Underground eran un experimento ruidoso que se disolvió en el silencio, diseminando polvo estelar. Rafa Cervera lo cuenta como él sabe, con las palabras justas, guiándonos a lo largo de trescientas cincuenta páginas, una narración elegante y sobria, que no distrae del propósito del libro: explicar por qué lo que cuenta fue importante, por qué sigue siéndolo.

Sobras Completas. Flaco Barral.

SOBRAS COMPLETAS. FLACO BARRAL. Paco Espínola.
Allanamiento de Mirada. 2023. 323 págs.


Flaco Barral, dicho así, de sopetón, es alguien, seguro. Con ese nombre no se puede no ser alguien. Sin embargo, es fácil no ubicarlo, porque Jorge Barral, afincado en España desde 1973, siempre ha estado escorado hacia esa parte de la escena musical donde la fama no alumbra lo suficiente. Su modo de enfrentar el oficio tampoco ayuda, más preocupado de hacer las cosas bien que de triunfar, bohemio y generoso, artista y soñador. Paco Espínola, alma de Allanamiento de Mirada, nos descubre en una larga entrevista los motivos para que el Flaco sea algo más que un nombre. Espínola se sabe a Barral, y el formato de entrevista es una excusa para biografiarle. Está bien que sea así porque es su voz, la del Flaco, la que habla. Hay una historia de la música de los últimos sesenta años que transcurre en los márgenes. O en la otra orilla del charco, porque empieza en los garitos de Uruguay y Argentina, y de ahí pasa a los teatros. Muy lejos de aquí, donde continúa, en un momento en que en el territorio español se abren poco a poco puertas de libertad que en el cono sur se cerraban con golpes sordos. Esto que nos cuenta Barral tiene contexto, social, político. Pero es, por encima de todo, música y búsqueda artística. Sorprende la cantidad de géneros por los que se mueve: el rock, el blues, el folk, el progresivo, el rock andaluz, las músicas orientales y africanas, lo que se presentaba. Había que ganarse el pan y había también una inquietud artística, ganas de aprender y sobre todo de imbuirse de cada descubrimiento, de no sonar impostado. Flaco, en cada momento, ha creído en lo que hacía, y si no lo creía no lo hacía. Su camino se cruza con el de muchos nombres conocidos y con el de muchos desconocidos, y en todos esos encuentros hay verdad. Forma parte de bandas efímeras, acompaña a otros artistas, o desde la mesa de mezclas da forma a proyectos ajenos. En el copioso archivo de imágenes del libro se da testimonio gráfico de lo narrado. En los dos CDs cuidadosamente compilados por Espínola se mide el alcance de su obra.


Conversaciones con Teddy Bautista

CONVERSACIONES CON TEDDY BAUTISTA. Luis Lapuente.
Efe Eme. 2023. 217 páginas.

Para los que ya tenemos una cierta edad, Teddy Bautista fue alguien que aparecía y desaparecía puntualmente de la escena. En mi niñez él era a Los Canarios lo que Mike Kennedy a Los Bravos, y cantaba en inglés canciones que no entendíamos pero que no parábamos de cantar, a nuestra manera. Después nos enteramos de que Canarios – entonces se llamaban ya así – tenían un disco muy raro, con música electrónica y préstamos de Vivaldi. Siendo nosotros adolescentes Bautista era Judas en Jesucristo Superstar, un galimatías. Y andaba entre amigos con Aute en el famoso disco doble. Finalmente, cuando nos salieron las primeras canas, Eduardo Bautista fue el villano nacional, reo del delito de impedir que todo fuera gratis. Esos episodios inconexos de nuestra memoria forman parte de la trayectoria de un personaje singular, y Luis Lapuente, con su habilidad para ponerse a la escucha y juntar las piezas que dan sentido a una historia, nos lleva a descubrir la importancia de Teddy Bautista en la escena española, desde su papel decisivo en la importación del soul a mediados de los años sesenta, su inquietud por los avances tecnológicos incorporados a la música, su olfato para subirse al barco de legendarias producciones musicales foráneas como The Rocky Horror Show o Jesus Christ Superstar, hasta su empeño en modernizar la sociedad de autores y defender el derecho de los artistas a percibir los frutos de sus obras. El formato de preguntas y respuestas es una excusa para dejar que Bautista entre en una narración en primera persona, tal es así que parece que estemos viajando con él en el tiempo a su casa de Las Palmas de Gran Canaria, o que en su estudio nos movamos entre sus exclusivísimos sintetizadores. El libro dedica un espacio necesario a restaurar la imagen dañada de Teddy Bautista, ese hombre culto y sensible, pasional, avanzado a su tiempo, que vivió la sombra de la cárcel y el desprestigio público, a merced de fuerzas poderosas contra las que es difícil salir ileso. Lapuente le brinda generosamente las páginas de su libro, porque nadie más lo hizo cuando tocaba hacerlo. 





Good Pop, Bad Pop

GOOD POP, BAD POP. AN INVENTORY BY JARVIS COCKER. 
Penguin Random House. 2022. 361 págs.


David Bowie y Bob Dylan sorprendieron una vez más al mundo revelando sus ordenadas y apabullantes colecciones personales, uno a través de su exposición "David Bowie Is", el otro mediante su museo en Tulsa. Rastrear sus vidas y obras no solo a través de ingente material sonoro, también en sus objetos personales, acrecentó su estatura. Jarvis Cocker es, ya se sabe, un tipo poco propenso al orden, y de eso dieron fe quienes convivieron con él en los años de Pulp (véase "Calles que fueron nuestras", Sílex 2019, https://callesquefueronnuestras.blogspot.com/). Poco podíamos esperar entonces, y menos cuando a lo que se dedica en este libro es a vaciar un trastero en el que tenía olvidadas cosas desde años atrás, testigos mudos que datan desde los tiempos de su niñez. Cocker nos invita a examinar el contenido caótico que va apareciendo ante sus ojos y a compartir con él la decisión de conservar cada objeto o tirarlo a la basura. Bolsas de establecimientos comerciales, juguetes baratos, ropa de mercadillo, pastillas de jabón, chicles, tarros de salsa, gafas rotas, y un largo etcétera en el que entran algunos instrumentos musicales y cuadernos de apuntes. Lo que parece un vaciado sin mayor interés va convirtiéndose en una exploración amena por la ciudad de Sheffield hace medio siglo y por la infancia y juventud del protagonista del inventario. Pulp aparece en todo momento, no hay que olvidar que el proyecto nace en la mente de Jarvis Cocker en sus años escolares, y se materializa antes de abandonar el colegio. Ahí están, por tanto, los materiales del primer Pulp, un experimento bastante cutre, tanto que despierta una sonrisa. A partir de ahí desaparecen los límites, hay buen pop y pop malo, y Cocker aspira a lo sublime. Su análisis sobre la creación artística es certero, con las palabras justas y un británico sentido del humor que siempre se agradece. A lo largo del libro, cuidadosamente ilustrado con fotografías que revelan un universo personal que explosiona en los años 90 en un fogonazo que ilumina los cielos de la música, este conjunto desordenado de materia es el auténtico polvo de estrellas, en él están todos los elementos químicos que dieron lugar a la vida de Pulp. En la última página Jarvis revela que su número es cuarenta, y nos invita a descubrirlos, porque con ellos se escribieron canciones memorables, algunas de ellas inmortales. Hay, pues, una segunda lectura de "Good Pop, Bad Pop".

Todo lo que importa sucede en las canciones

TODO LO QUE IMPORTA SUCEDE EN LAS CANCIONES. Fernando Navarro.
Pepitas de Calabaza. 2022. 242 págs.


Fernando Navarro pertenece a esa raza de periodistas musicales que no solo conocen y aman su trabajo, sino que además escriben muy bien. En sus artículos en prensa lo literario embellece el mensaje y lleva al lector más allá del dato o la crónica. En alguien como él dar el salto a la novela es normal. Ya lo hizo hace casi una década, con "Martha. Música para el recuerdo", en la que una cinta de casete y una canción eran el punto de partida. Con su segunda novela, "Todo lo que importa sucede en las canciones", la música habita en el personaje protagonista, las canciones son su refugio pero también le explican a sí mismo quién es, determinan inconscientemente sus actos, son parte importante de su visión del mundo y de su relación con los demás.  Por medio de ellas se justifica y también con ellas se mira en el espejo del fracaso. En ellas encuentra un motivo para salir adelante. Navarro crea un relato en el que la crisis personal del protagonista trae a escena a personajes de su realidad cercana: la mujer de la que se acaba de separar, su hijo pequeño, la muchacha con la que intenta una relación, y su madre fallecida, viva en el recuerdo. Pero también aparecen en las páginas del libro otros personajes no menos reales y quién sabe hasta qué punto tan cercanos: son Bob Dylan - él, siempre él -, Bruce Springsteen, Tom Petty, Lucinda Williams, Patti Smith, Neil Young... hasta un total de catorce entran y salen de la historia, hablándole desde sus canciones. Sientes que alguna vez te han hablado también a ti, o que en algún momento lo harán, porque todo o al menos mucho de lo que importa está escrito en las canciones. Fernando Navarro navega en estas páginas entre dos aguas, la de la divulgación musical desde la erudición, y la de la narración de una historia cotidiana, vivida en las calles de Madrid, contada desde la emoción de la música. Al final, para el protagonista, periodista musical, todo es lo mismo. Y la hierática psicóloga a la que visita tal vez no lo entienda, pero tú, lector, apuesto a que sí.

Filosofía de la canción moderna

FILOSOFÍA DE LA CANCIÓN MODERNA. BOB DYLAN.
Anagrama. 2022. 340 págs.
Bob Dylan escribió en 1965 Tarántula, un experimento de prosa poética en forma de flujo de conciencia. En el año 2004 se publicó Crónicas. Volumen I, narración autobiográfica centrada en solo tres años de su vida y carrera artística. Del primero dijo que no tenía la intención de escribirlo como tal libro; del segundo, que se le fue de las manos la redacción de notas para la reedición de tres de sus discos. Sus dos obras publicadas no le habrían servido para merecer el Nobel de literatura. Fueron sus canciones, los más de seis centenares que había escrito, las que le valieron en 2016 el galardón por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción americana. Eso dijeron los académicos. Ahora Dylan cierra el círculo publicando un libro, Filosofía de la canción moderna, que habla de canciones, las canciones de otros. Lo ha ido escribiendo a lo largo de más de diez años, en las pausas de su gira interminable, la conocida como Never Ending Tour, que le lleva por todo el mundo, cerca de tu casa también alguna vez. Dylan deleita en sus páginas como solo un gran escritor puede hacer. Cuando comenta las canciones escuchas su propia voz, la del poeta, la del narrador, y asistes con él a una inesperada lección de Historia y a una reflexión distante sobre el mundo contemporáneo.

Este libro puede no gustarte. No está escrito con la intención de que te guste. Puede que no compartas su planteamiento. Este libro te engaña desde el título. Mirando el índice intuyes que tu concepto de canción moderna no es el mismo que el suyo. Empiezas a leerlo y te cuestionas qué tiene que ver la filosofía con todo esto. Creías que ibas a encontrar la clave secreta para descifrar las canciones y te sientes decepcionado. Dylan te la ha jugado una vez más y no sé de qué te extrañas, lleva haciéndolo desde siempre, puede ser que tú ni siquiera hubieras nacido cuando él empezó este juego. Este libro no está hecho para que te quites el sombrero y sin embargo deberías hacerlo. Es más, si no tienes sombreros en tu armario deberías salir ya a comprar uno para poder descubrirte una vez más ante el Maestro. Aunque Dylan sea un pozo de conocimiento del que no se ve el fondo, este es el libro de un Nobel de literatura, no el de un crítico musical, no el de un musicólogo. Hay que disfrutarlo así. No busques ciencia, no busques fórmulas ni recetas. Dylan está hablando del mundo tal como lo conoce, de cómo era y cómo es. Está hablando de sí mismo fingiendo que habla de otros. En realidad no finge, eso a él no le importa. Está viviendo en las vidas de otros y en las canciones de otros, porque las suyas no le sirven para encontrar la verdad. Sus canciones dejaron de ser suyas, escapan de él cada vez que las graba o las interpreta de un modo distinto. Las escribe y las canta y desde ese momento pasan a ser nuestras. Nos llevan a algún lugar. Este libro habla de canciones ajenas que le hablan a él, que son suyas precisamente porque las escribieron otros. Puede que para ti no signifiquen nada. Para él son importantes. Esas canciones, lo que dicen, o lo que le dicen, ocupan un lugar en su vida y en su visión del mundo. Si te importa Dylan, y creo que así es porque estás leyendo esto que escribo, entonces estas canciones y este libro deberían importarte también.

Cuatro de cada diez canciones seleccionadas están fechadas en los años 50, y una mínima parte sobrepasan la década de los 60. Incluso de estas últimas, la fecha es puramente circunstancial en la mayoría. ¿Se puede llamar “modernas” a canciones que superan ampliamente el medio siglo de vida? Hay quien cree que no. Todo es relativo. Si el término de comparación es “Chicken Teriyaki” indudablemente no. Si lo son las canciones de marineros del siglo XVIII, la respuesta es otra. Saltemos pues la primera trampa del título y sigamos adelante, en un bosque lleno de árboles ancianos. Dylan se siente a gusto en él. Cuanto más avanzaba en su carrera artística, más se afirmaba en la tierra que pisaba, en la tradición americana. Dylan, como todo buen árbol, ha hecho frondosa su copa hundiendo sus raíces en lo profundo. Este libro es historia de los Estados Unidos. En sus páginas hay un tratado de amor y de respeto a su cultura y a sus contradicciones. Dylan, en la gira británica de 1966, exhibía una enorme bandera de las barras y estrellas en el escenario. ¡Esto es música americana!, se le oyó gritar. Ha pasado mucha agua bajo el puente, y en la memoria del trovador hay imágenes de la vieja América que nunca se borrarán. Esa vieja América en la que él se crio, que entonces era nueva, y en la que se desarrollaba un nuevo lenguaje. Auabap-alubap-auap-bambum. Little Richard. “Tutti Frutti”. Un lenguaje musical desconocido, que grita cosas sin sentido aparente, y que escribe historias en las que el significado se retuerce. Little Richard es el maestro del doble sentido, dice Dylan, y se pregunta si Elvis sabía que esa canción hablaba de lo que hablaba: todas las frutas, hombres, mujeres, travestis, en el banquete del sexo. Dylan, a lo largo de este libro, nos va a narrar a su manera lo que dicen las canciones que ha elegido. A veces nos va a ayudar a encontrar su sentido, su historia. En “Come On-A My House”, de Rosemary Clooney, nos invita a distinguir entre lo que va a suceder y lo que podría suceder, nos descubre una canción ominosa disfrazada de éxito pop despreocupado. Otras veces se va a ir Dylan mucho más allá, va a tomar unos pocos versos y construir con ellos un relato de varias páginas. Tal vez su imaginación vaya más lejos de lo que el autor de la canción pretendía, pero, ya sabes, no importa de dónde viene una canción sino a dónde te lleva. Dylan disfruta con esas relecturas y se le nota. Cuando nos habla de “El Paso”, que Marty Robbins escribió y grabó en 1959, se sumerge en el arte de encontrar significados, lecturas distintas. Esta es la balada de un alma atormentada, nos dice, esta es una canción de post-resurrección y sobrevuela tu cabeza. Dylan revisita el argumento y lo lleva a donde a él le lleva, y te advierte que cualquier aproximación es válida: uno puede ver la canción como el tierno lamento de un vaquero errante que muere por una bailarina a la que apenas conoce, o no. Una canción siempre está abierta, es algo que desde antiguo nos ha enseñado. En “Gypsies, Tramps & Thieves”, de Cher, se da a recrear la vida de los feriantes y a señalar lo que hay detrás, y su acercamiento a “Midnight Rider”, de los Allman Brothers, supone una prodigiosa reinvención del jinete nocturno a partir de nada. Creación pura.

De la mano de Dylan vemos la América de los drugstores y de las ciudades, la de los vagabundos y los inadaptados, la de los neones y la de los espacios abiertos, la de las pistas de baile y la de los cines. La América con un revolver al cinto, y la de los zapatos de gamuza azul. Si no sabes la importancia de los zapatos, él te lo explicará, a cuenta de la canción de Carl Perkins. Veremos también la sombra de Vietnam y la América que en los sesenta soñó otra América. Es un fresco que se compone de pequeñas piezas, diseminadas aquí y allá. Solo tienes que juntarlas. Dylan nunca te lo pone fácil, nunca te invita a seguirle, pero sonríe sin que lo veas cuando sabe que estás ahí, que no te has ido. A veces Dylan rebusca en el cancionero europeo. Da la impresión de que se obliga. Pasa por alto a los Rolling Stones, a los Beatles, a los Kinks. Curioso para alguien que ha declarado rotundamente que los de Jagger y Richards son la mejor banda de la historia. Aflora el desapego hacia el cuarteto de Liverpool cuando los cita como banda sonora de las niñatas y colegialas, histeria de quinceañeras que está fuera de lugar en el Londres de The Clash, de quienes se detiene en su inevitable “London Calling”. ¿Acaso el viejo Bob que confraternizó con los Beatles no es ya el mismo? Sin duda. El viejo Bob no es Bobby Dylan nunca más. Le echa una mirada a “My Generation” y nos lee el reverso de la canción de The Who, lo que no dice Pete Townshend, que todos despotricamos de la generación anterior pero sabemos que solo es cuestión de tiempo que nos convirtamos en ellos. Suena a condescendencia, inevitablemente. La vieja Europa es un patio de colegio para él. Chicos majos los Clash. Pero Stephane Grappelli palidece si lo pones al lado de Louis Armstrong. Lo menciona de pasada hablando de cine norteamericano cuando comenta “Saturday Night at the Movies”, de The Drifters. Europa además es babélica, habla lenguas extrañas. Al menos resulta gracioso escuchar una canción en un idioma que no entiendes. Tiene un efecto liberador. Eso le sucede con “Volare (Nel blue, dipinto di blu)”, pero indaga en la letra y nos apunta que puede que esta sea una de las primeras canciones psicodélicas, anticipándose a “White Rabbit” de Jefferson Airplane. Dylan seguramente ignora que toda una generación en España crecimos sin entender lo que él decía en sus letras. Eso que le pasaba a él con la canción de Domenico Modugno nos pasaba a nosotros con las suyas. Reconforta reconocernos en lo que cuenta.

Este es un libro a contracorriente y sus protagonistas a menudo lo son también. Sinatra fue contra el mundo cuando grabó “Strangers in the Night” en 1966 y con ella hizo frente a la invasión británica. Hoy eso no habría sucedido, se queja Dylan, todo está estratificado, cada canción tiene su nicho. Nuestro mundo es estrecho y en las plataformas musicales alguien decide por ti lo que quieres escuchar. Como Dylan es capaz de hablar de lo que se proponga, lo ilustra con la falsa historia de los lemmings suicidas, con ocasión de comentar “Waist Deep in the Big Muddy”, grabada por Pete Seeger en 1967. Ir contra todo es arriesgado, la industria siempre gana, y pone el ejemplo de Elvis Presley, enterrado en vida en Las Vegas y cantando precisamente eso, “Viva Las Vegas”. Dylan ha vivido mucho y no solo porque los ochenta años ya los cumplió. Por eso, este libro es también enseñanza. La guerra actual no es la primera, nos lo recuerda, entre la erudición y el discurso, con “War”, de Edwin Starr, y en todas las guerras los vencedores escriben la historia. Dylan está del lado de los perdedores. John Trudell, indio de la tribu santee dakota, autor de “Doesn’t Hurt Anymore”, es uno de ellos. Su vida fue trágica, su canción te arrancará el corazón. Dylan te explica que la razón de su música es que transmite una antigua sabiduría. Bobby Darin es otro perdedor. Realmente es un no triunfador, pero en la cultura estadounidense ambas cosas son equivalentes. Enternece cómo lo recuerda Dylan, cómo lo opone a Sinatra. “Mack the Knife” es la canción que los une. La interpretación de Darin es tan buena como la mejor, pero el mundo solo podía admitir a un Sinatra, nadie podía seguir su camino. Los perdedores están por todas partes en las canciones de este libro, y los marginados, y los que voluntariamente se sitúan al margen de la sociedad. Están en “Willy the Wandering, the Gipsy and Me”, de Billy Joe Shaver, una canción que Dylan define como un acertijo, que resulta más extraña cuanto más entras en ella; en “Jesse James”, de Harry McClintock; en “Pancho and Lefty”, escrita por Townes van Zandt, que le sirve para apuntar que escribir canciones se basa en buena medida en reducir los pensamientos a su esencia. Perdedor es también el protagonista de “Detroit City”, escrita por Danny Dill y Mel Tillis, y cantada por Bobby Bare, con cuya propia historia personal podría identificarse. Dylan reflexiona: “¿Qué nos lleva a pensar, cuando una canción entra en modo narrativo, que de pronto el cantante nos está contando la verdad?”

Este libro habla de eso, de algo misterioso que encierran las canciones. Filosofía, según reza el título. O lo que hace que una canción te atrape al paso, e incluso se quede a vivir contigo. “Your Cheatin’ Heart”, de Hank Williams. Para Dylan, la simplicidad de esta canción es la clave, no como hoy en día, en que todo va lleno, es recargado, sofisticado en exceso. Eso y el modo en que la canta Hank, no dejándose arrastrar por la banda. En “It’s All in the Game”, cantada por Tommy Edwards, encuentra la clave en los arreglos, que hacen que puedas bailarla lenta o como un swing. La paradoja es que en los años 50 no se acreditaba a los arreglistas, no sabemos quiénes son. Hoy ya no se hacen arreglos así, en los que nada estorba, advierte Dylan. Escribir una canción no es escribir, es, valga la obviedad, escribir una canción. No puedes hacerlo como si escribieras una novela o una carta. La canción tiene sus licencias. “Keep My Skillet Good and Greasy”, de Uncle Dave Macon, es el ejemplo para el que Dylan se remonta hasta 1924. Esa canción funciona porque repite la palabra time. Nadie habla así, es la diferencia entre hablar y cantar. Dylan nos hace notar que no decimos a nadie cosas como “ven aquí, aquí, aquí”, pero sí lo podemos cantar. ¿Qué podemos decir de “Blue Moon”, de su magia? Su atractivo, según Dylan, está en su misterio, en su melodía salida de ninguna parte, en el modo en que un objeto inanimado, la luna, cobra en ella vida propia. La sencillez de la letra la hace universal, aunque Dylan elige la versión de Dean Martin. Se filtra su devoción por Dino, el libertino adorable, el seductor borrachín. A Dylan, cuando habla de algunos cantantes, de algunos músicos, se le transparenta su aprecio. Por los Grateful Dead, de los que comenta “Truckin’”, es pasión. Para él no son una banda de rock al uso, son una orquesta de baile. Los conoció bien, compartió con ellos una gira que marcó su carrera. Tras ella vino la gira interminable, el Never Ending Tour, décadas en la carretera. En este libro no escasean las canciones que hacen de la carretera su asunto: la propia “Truckin’”, una canción que transcurre en la misma calle de muchas ciudades; “On the Road Again”, de Willie Nelson, un retrato del músico en marcha; la ya citada “Keep My Skillet Good and Greasy”, de la que señala que es una guía espiritual y hará las veces de intérprete en tierras extrañas.

Dylan encuentra pepitas de oro donde nosotros no las habríamos visto. “I’ve Always Been Crazy”, de Waylon Jennings, le sirve para teorizar sobre la canción como terapia: si tienes una historia sórdida que contar, es mejor que la compartas con el público. Tiene un hambre insaciable de historias y te paga por oírlas. ¿Para qué pagar a un psicoanalista entonces? Tal vez algunas veces el público no entienda el mensaje, pero Dylan nos recuerda al hablar de “Don’t Let Me Be Misunderstood”, en versión de Nina Simone, que las canciones y el arte en general no buscan ser comprendidos. No se gana nada entendiendo la sonrisa de la Mona Lisa, dice. El último capítulo de los 66 lo dedica a “Where or When”, compuesta por Rodgers y Hart, y finaliza con estas palabras: “La música trasciende el tiempo al vivir en él, al igual que la reencarnación nos permite trascender la vida al revivirla una y otra vez”. Este es un libro para leer despacio, se lleva muy mal con las prisas. Necesitas saborearlo, reposarlo, tener el lápiz a mano, escuchar las canciones, leer las letras. Si lo lees deprisa no encontrarás su alma, creerás que es un fraude. Pero su autor ha sembrado en él docenas de pistas para que averigües por ti mismo qué es lo que él llama la “filosofía” de las canciones. Modernas o no, eso es lo de menos. Y tampoco importa demasiado si no consigues averiguarlo: Bob Dylan ha narrado a su manera varias docenas de historias que otros escribieron para sus propias canciones, y al hacerlo ha escrito páginas admirables. Como Walt Whitman, Dylan contiene multitudes, y su legado no deja de crecer.

(Publicado originalmente en el Diario INFORMACIÓN de Alicante, el día 29/01/2023, con el título “La gramola de Dylan”)


Pájaro. De Santa Leone al Gran Poder.

PÁJARO. DE SANTA LEONE AL GRAN PODER. Alfred Crespo.
66 rpm ediciones. 2022. 152 págs.


De Alfred Crespo sabemos que escribe de manera natural con las palabras justas, medidas, en su sitio. A Crespo lo lees de corrido, porque el narrador que es engulle al crítico musical y en su escritura nada sobra y nada falta. Con este libro, en el que hace hablar a los protagonistas, se pasa al otro lado de la mesa, y su voz es la de ellos. Ellos son Andrés Herrera “Pájaro” y Raúl Fernández, héroes de una historia a la que se suman muchas más voces, todas importantes. El título elegido, que es el mismo que el del concierto de aniversario de 2021, parece indicar un camino hasta el Olimpo de la música. Nada más cierto, por desgracia. Pájaro y el Raulito todavía andan preguntándose qué les falta para estar en la cumbre, por qué los críticos les ensalzan, su público les adora y sin embargo siguen viajando en coche por las carreteras de España, vendiendo discos en los conciertos y mirando al céntimo el presupuesto. Crespo traza con maestría el camino desde Parque Alcosa, el barrio sevillano en el que se criaron, y señala las estaciones de ese viacrucis en el que debutan la droga y el desorden vital, se aparece el mesías en la persona del gran Silvio Fernández Melgarejo, suben a la barca de los legendarios Triana comandados por un Tele Palacios en fase de delirio terrenal, y escriben los evangelios del rock cofrade en el santuario de Happy Place, el estudio en el que graban sus tres obras maestras. Todo está descrito hábilmente, confrontando a unos y otros en un ejercicio colectivo de confesión de los pecados y memoria de lo vivido. De ahí nace una historia compartida con intensidad, nocturna y resacosa, de abrazos y hastíos, de broncas y amores fraternos, una historia que alimenta canciones incomparables y una leyenda, la del Pájaro, Andrés Herrera, de la que ya Carlos Zanón en su prólogo da la medida.


Al Compás del Vudú

AL COMPÁS DEL VUDÚ (religión, represión y música). Héctor Martínez González.
Allanamiento de Mirada. 2022. 336 págs.


Este es un libro de Historia, nadie se engañe. Es una obra que escapa al concepto de libros sobre música. Sin embargo la música lo atraviesa. Aunque no se hable de música durante muchas páginas la sientes. Está ahí. A veces aflora, como en los bailes de los negros en Congo Square los domingos y festivos, para desaparecer a continuación. Así sucede durante un buen número de capítulos, hasta que finalmente el libro desemboca en el jazz y el blues y la música cajún y el zydeco. Tenía que suceder porque no se entiende Nueva Orleans ni la Luisiana sin sus músicas, sin el peculiar mestizaje de ritmos africanos y melodías europeas. Para llegar allí el autor, historiador, traza un ameno y documentado recorrido por el período colonial en que el Estado sureño perteneció a la Corona española, apenas cuatro décadas. Importante período en muchos aspectos. En lo musical porque dio lugar a la impronta hispana, el "spanish tinge". En lo sociocultural fue más importante aún, porque la población negra se benefició de un régimen mucho menos severo que durante los años de dominación francesa y anglosajona, con la consiguiente permisividad respecto del mantenimiento de su ritos religiosos. La conexión entre la religión vudú y la música ocupa la parte final del libro de Héctor Martínez, y allí aparecen conceptos tan peculiares como el "mojo", los "gris-gris", el "hoodoo" y tantos otros presentes en el día a día del Caribe, cuyo sentido trasciende a la superstición para configurar una cultura propia, de la que Nueva Orleans es el máximo exponente. Se completa la cuidada edición de la granadina Allanamiento de Mirada con dos discos que recopilan, con excelente calidad sonora, medio centenar de grabaciones de canciones o piezas musicales que resuenan con lo narrado, algunas con casi un siglo a sus espaldas. Están todos los que esperas encontrar allí: Louis Armstrong, Professor Longhair, Dr. John y muchos más, en una larga lista que abarca desde Debussy a Jimi Hendrix, puntualmente comentada en el apéndice del libro.