Mañanas negras como el carbón

MAÑANAS NEGRAS COMO EL CARBÓN. Brett Anderson.
Contra. 2018. 190 págs.

No soy muy amigo de autobiografías, me aleja de ellas esa inevitable autocomplacencia, los apegos y las aversiones; pocas escapan de esa debilidad humana y de la tentación de contar solo lo que quieren contar, que no es lo mismo que lo realmente sucedido o lo que realmente importa. Por otro lado, que un músico (o un actor, o un pintor, o un deportista, o un político), reúna a la vez la condición de literato es tan difícil que muchas veces son otros los que prestan su pluma, no siempre con fortuna. Y, claro está, hay excepciones, y esta es una. Brett Anderson nos regala un relato vivido de su infancia y adolescencia, y de los años previos a la explosión de Suede en el estrellato del pop británico. Sigue en este aspecto el modelo del excepcional "Just Kids" de Patti Smith, que aborta la narración justo cuando "Horses" la lanza a la fama. No encontraremos pues en este libro andanzas de una rock'n'roll star, si es que Anderson encaja en ese arquetipo, sino todo lo contrario, un relato costumbrista de la vida en Haywards Heath, "una deprimente paradita de tren en algún punto entre Londres y Brighton". Una vida difícil, que describe sorteando hábilmente el riesgo de lo melodramático con esa ironía elegante tan británica. Su familia ocupa el centro del relato en la primera parte: la abnegada madre que un día decide dar el portazo; la hermana mayor, cómplice, camarada, de la que hereda el tocadiscos; y la excéntrica figura paterna, un fanático de Liszt que les lleva cada dos años en peregrinación hasta Austria en el destartalado Morris familiar. Un mundo de estrecheces y penurias que el niño Brett asume como normal hasta que en el instituto descubre que hay compañeros que viven de otro modo. La segunda parte del libro aporta la visión desde dentro de una banda que quiere ser y no puede, las tensiones, las pruebas (hilarante el modo en que se unió a ellos temporalmente el baterista Mike Joyce) y, pasando de puntillas por la relación con Bernard Butler, la historia personal de Anderson y Justine Frischmann (no en vano este libro habla "sobre el amor y sobre la pérdida") y esa revelación de cómo intentó compensar su ausencia potenciando su lado femenino, una apuesta inconsciente, ambigua y que en definitiva dejó en Suede tanta huella como el propio Liszt.