Alfaguara, 2016. 177 págs.
"Reyes de Alejandría", pese a su engañosa portada, no tiene que ver con Dylan especialmente. Tampoco es un libro sobre música. Es un libro con música. Porque cuenta con nostalgia y con ráfagas de gloria un tiempo que se fue. Dice: "¿Éramos modernos o éramos raros? Ambas cosas éramos, como no se fue antes y no se ha sido después. Acampamos bajo el árbol del bien y del mal. Todo lo conocimos. Pero el tiempo cayó sobre nosotros como diluvio...". Eran los años setenta, y éste libro lleva todo lo que esa época irrepetible trajo consigo. Para los que la vivieron desde dentro, aunque solo fuera para -como hicimos algunos- llegar a tiempo para despedirla, éste es un libro necesario. Habla de amores y de cielos abiertos, de filosofía y de literatura, de música, habla mucho de música, porque la vida y el amor son inseparables de ella. Dice: "No puedo decir el amor porque el amor no puede decirse". Y dice: "El amor, aquí, eligió su propia música. Siempre lo hace: no acude a las que escuchó en el pasado." Habla también de la amistad, que es "una calle vacía en la noche y el eco de nuestros pasos, sin decir nada". Un tiempo en que la libertad era un anhelo, algo perseguido, encontrado, arrebatado, efímero. José Carlos Llop narra como los poetas ese tiempo amado: "...mi Venus mediterránea, los párpados entornados y el vello al sur, magnífico y negro, regado por el agua y la sal y ya nunca más por mí. Franco acababa de morir y la vida continuaba como un brindis".
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