Edición de los autores. 2018. 146 págs.
Miguel López, narrador habitual de grandes epopeyas, nos ofrece en este libro relatos breves, algunos brevísimos. Son las crónicas de un puñado de conciertos, entre el 2013 y el 2017, casi en su totalidad en pequeñas salas, ésas que hacen que la noche madrileña se llene de música con una frecuencia envidiable y envidiada. Publicadas cada una de ellas en su momento en "Dirty Rock Magazine", esta circunstancia no resta interés a la obra; al contrario, su recopilación permite seguir ese itinerario irrenunciable del autor en pos del grial para descubrir, tal vez del mismo modo que él lo hizo, que se nos revela en cada concierto y se esfuma cuando acaba para que lo sigamos buscando. Algo queda de esa visión y son los textos, que describen con precisión el misterio revelado, y las fotografías de Ana Hortelano, excelentes aproximaciones al espíritu de la música y al alma de los músicos (véase, por ejemplo, ese blanco y negro de la página 88, en el capítulo dedicado a Sleepy Roosters). Este libro que habla de música para vivirla nos enseña también a mirarla a través de esas imágenes, capturadas con medios de aficionada devota, y que por esa razón transmiten un sentimiento que coincide con nuestra propia mirada, la de los que estamos al pie del escenario. Es una crónica cercana, una turbulencia de acordes y luces, de cervezas y sonrisas, de gentes que se encuentran para volverse a encontrar. Miguel López lo cuenta con desenfado, mostrando de vez en cuando su lado canalla, guiñándote un ojo en la vuelta de una frase, y al mismo tiempo sembrando la página con unos pocos datos, los justos y ni uno más, el necesario apunte biográfico o discográfico de los músicos. Destaca la atención especial a artistas españoles o afincados en España, músicos excepcionales desconocidos del gran público, que al menos aquí encuentran un reconocimiento, en un índice inexistente en el que hay grandes nombres como Graham Nash o Van Morrison. Una lectura recomendada para los que viven la música en cada concierto, enhebrada con capítulos muy cortos, como el dedicado a Jonathan Wilson que abre el libro, y otros que se extienden a lo largo de varias páginas. Nada, pues, se somete a medida en la narración, y así el libro gana en espontaneidad, brota con la música.
Muchas gracias por tus palabras, querido Juan. Das en el clavo cuando resaltas la espontaneidad. Hemos mantenido a propósito la irregular estructura que sale de recoger crónicas a lo largo de los años. Unas son simples post en Facebook, pero otras respetan más las reglas del oficio. El objetivo era también salvaguardar la inmediatez de los textos y fotos, sin retocar ni pulir. Un abrazo.
ResponderEliminar